Aunque sus condiciones mejoraron rápidamente no dejaba de ser un acto heroico entregarse a las manos del fotógrafo los que tenían que permanecer inmóviles a pleno sol de 15 a 20 minutos. Por lo cual casi siempre se cogía una insolación. Los resultados eran casi terroríficos, la expresión del rostro delataba los sufrimientos padecidos y en el mejor de los casos, el retratado mostraba los ojos semi-abiertos, es decir, había aguantado a pleno sol.
En uno de los folletos del propio Daguerre, publicado al final de 1839 aconsejaba o decía que para sacar un retrato hay que recurrir a una fuerte luz (el sol) y tan solo se tendrá éxito exponiendo a la persona al aire libre, a pleno sol, y con reflejos de ropa blanca. A lo largo de 1840 los estudios fotográficos se multiplicaron en las grandes ciudades, como característica de estos estudios debían tener una gran superficie acristalada orientada a la mayor luminosidad posible. En el año 1844 se contaban en París 12 estudios fotográficos y uno de ellos de una mujer, la señora GELOT-SANDOZ.
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